Aprendieron de sus madres y abuelas, que nada se desecha y es así que, con ropa en desuso, arman las mantas. Utilizan las prendas más abrigadas para el relleno, y las más livianas y vistosas para el forro exterior.
Una vez a la semana ellas se reúnen y entre mates, charlas y alguna rica torta de por medio, pasan la tarde, cortando, armando y cosiendo una nueva manta.
También recorrimos el pueblo, con sus construcciones típicas, su ejemplar residencial de ancianos y la escuela del hogar donde estaban en plena clase de costura y los más jóvenes en clase de cocina.
A la hora del almuerzo nos invitaron a compartir su mesa, donde había preparaciones deliciosas y caseras. Nos fuimos con la panza llena y el corazón contento, con la alegría de haberlas visitado y de haber conocido su meritorio trabajo.
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