Aqui les dejamos las palabras escritas de lo que habló Cristina Canoura en la presentación del libro "Mantas Traperas" en Montevideo.
Muchas gracias Cristina.
Gato con explicaciones, como dicen Les Luthiers
Como buen ejemplar del periodismo escrito, hago honor a mi oficio, es decir prefiero traer algo preparado y leérselos. Al principio me daba vergüenza no tener el don de la oratoria, como lo demuestran muchas personas. Esas presentaciones hilvanadas, coherentes, circulares, que apenas precisan un ayuda memoria. Hasta que un día, hace años ya, acá en Montevideo, si mal no recuerdo en el Teatro del Centro, la escritora chilena Marcela Serrano se declaró incapaz de hacer una presentación oral de su obra, sin el apoyo de un escrito y casi pidió disculpas por leerlo.
El año pasado, vi en la prensa similares declaraciones de la periodista argentina Leila Guerriero, de la que me he vuelto fanática lectora.
Así que si ellas dos perdieron el pudor de declararse apegadas a la letra impresa ¿quién soy yo para llevarles la contra? Ese fue mi previo gato con explicaciones, para poder entrar de lleno a hablarles de esta maravilla de libro de las Mantas Traperas.
Me gustó desde el principio la esencia de la investigación, el impulso de sus autoras y, finalmente, el producto final ya salido del horno. Atrae, atrapa, invita a leerlo y, lo bueno es que una puede hacerlo por etapas: un día mira las fotos, las caras de las artesanas traperas; otro día lee su nombre y sus historias. O al revés, empieza desde el principio y no para hasta llegar al final. De un tirón nomás.
Como parte de mi oficio, desde hace décadas incursiono en el que ahora se llama “periodismo con visión de género”. Este es mucho más que poner en femenino los sustantivos proclamados genéricos para dar visibilidad a las mujeres. Es algo así como hacer un agujero en la tierra con el dedo, escarbar hasta encontrarlas, para ubicarlas en su justo lugar.
Si los periodistas, hombres y mujeres, hicieran este ejercicio en su práctica cotidiana, descubrirían que también los vaivenes de la economía nos afectan especialmente porque impactan en la vida doméstica; que también hay mujeres economistas que pueden responder sus dudas y requerimientos; que también ocupan lugares de punta en el área de las tecnologías de la comunicación, en el turismo, en los parlamentos y universidades y, en el medio rural.
La esencia del periodismo es la información y la búsqueda de noticias y, lamentablemente, las mujeres sólo suelen ser noticia cuando son víctimas de violencia doméstica, cuando delinquen, cuando encabezan asaltos, cuando tiran a un contenedor a su bebé recién nacido.
Por eso, sentí como una victoria escribir sobre Las traperas para la agencia argentina de noticias con visión de género. Artemisa. Para mí las traperas son las mantas, son estas cuatro mujeres que las rastrearon hasta encontrarlas y son las mujeres que las hicieron. Y claro que toda la suma era noticia.
Hace muchos años, concurrí a un sexto año de la escuela de mi barrio, la escuela Costa Rica. Hacía una nota rastreando opiniones de porqué las mujeres no aparecen en la historia de nuestro país. Los niños me dijeron cosas como: “nada importante habrán hecho”, o “si quieren aparecer que escriban su propio libro”.
Y acá estamos, con un libro propio. Si Paula, Cecilia, Virginia y Hersilia no lo hubieran escrito, las traperas, las mantas y las mujeres que las cosieron, no hubieran existido.
Por eso, pienso, el libro tiene valor porque no sólo rescata una tradición textil que estaba en vías de extinción sino también porque pone en primer plano a sus protagonistas. Y así aparecen Hilda, María Emiliana, Silvio, Blanca Angélica, Marta, Alba, Brenda, Yolanda, Cristina, Estela, Rocío, María Concepción, Auristela, Graciela, Alda Inés, Marta. Provienen de diferentes departamentos, cada uno tiene una historia trapera, algunas cincuentenarias, otras más recientes, todas con anécdotas de cobijo y abrigo. También rica y valiosa la experiencia de los grupos de mujeres de Los trapitos, en Colonia Valdense; en Colonia Miguelete, Villa La Paz, Aiguá, el Cerro, Pan de Azúcar.
Quiero creer que este ejercicio de rescate de la memoria textil de este país de inmigrantes, ha servido también para devolver la autoestima a las dueñas de las manos que confeccionaron las traperas, aunque sus trabajos no sean estéticamente armónicos y combinen la silueta de una camiseta recortada por sus costuras con formas geométricas imperfectas.
Si todo esto se logró, el libro vale; pero además vale, porque fue escrito por 8 manos de mujeres de diferente origen y profesión, que consiguieron plasmar una narración fluida, sin cortes de estilo; porque fueron capaces de darle voz a mujeres, muchas de las cuales guardaron durante casi medio siglo traperas que sólo tenían significado para ellas mismas.
Si el dicho de que “viejos son los trapos” descalifica a la materia prima para rejuvenecer, apenas con palabras, a quien siente el peso de los años en el cuerpo y en el alma, la aparición de estas Traperas, nos cambia la perspectiva. Fueron hechas con trapos, sí, pero no envejecieron. Hoy nacen y re-nacen por gracia de las investigadoras y autoras del libro, para que todos nosotros conozcamos su historia.
Cristina Canoura